Y sanan la herida de mi pueblo con liviandad


“Y curaron la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz. ¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se ha avergonzado en lo más mínimo, ni supieron avergonzarse; caerán, por tanto entre los que caigan; cuando los castigue caerán, dice Jehová” (Jeremías  :11,12).

El libro de Jeremías es uno de los libros más intensos de todo el conjunto de los libros proféticos del Antiguo Testamento. Su autor, Jeremías, ministró durante un periodo aproximadamente de 40 a 50 años, el cual incluyó la incumbencia de los últimos cinco reyes de Judá, antes del cautiverio babilónico. Fue expuesto continuamente a burlas, humillaciones, azotes, cárceles, amenazas de muerte y destierro. ¡Solo por proclamar las verdades de Dios! El advirtió principalmente al pueblo de Judá de tres cosas:

1) sus maldades y abominaciones;

2) las consecuencias de no arrepentirse genuinamente;

3) y la destrucción por parte de un “enemigo del norte” (Babilonia), que implicaría el saqueo y la destrucción del Templo, la ciudad y sus muros, y el terrible final de un destierro.

Una de los señalamientos que hace el profeta es que a quienes les tocaba sanar la “herida o llaga” del pueblo, era a sus líderes políticos y espirituales, pero estos lo hicieron con liviandad. Entiéndase por “liviandad”, como algo que no tiene mucho peso o importancia. El profeta señala que la acción de estos líderes fue dar esperanzas equivocadas, al decir: “¡Paz, paz!”, cuando no había tal cosa. Me pregunto, ¿se está repitiendo la historia? ¿Quiénes somos los responsables de sanar las heridas de nuestra sociedad? ¿Qué tipos de heridas son, y cómo necesitan ser sanadas? La descripción del capítulo 8:10-12, es una repetición de lo dicho en el 6:12-15. Jeremías describe varias causas de la gravedad de la herida social:

1) Tenían la ley de Dios como un “amuleto”, y a la hora de aplicarla o leerla, era torcida por escribas corruptos;

2) su sabiduría se convirtió en una vana, que no traía verdaderas soluciones a la salud social;

3) la mentalidad y espiritualidad social fue consumida por la avaricia. ¡Todo giraba alrededor de la economía, pero no del temor a Dios!

4) perdieron todo tipo de vergüenza; se hicieron insensible a ella. Ya no había conciencia de pecado. En 3:9 dice:

“Y sucedió que por juzgar ella cosa liviana su fornicación, la tierra fue contaminada, y adúltero con la piedra y con el leño.”

Hay otras descripciones de las maldades comunitarias, tales como la injusticia, el soborno, la idolatría y la violencia. ¿Quién cura la herida del pueblo? ¿Cómo lo hace? Es significativo que Jesús utilizara las palabras de Isaías el profeta, para describir su misión en la tierra: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18,19; Isaías 61:1,2). La misión de la iglesia, su cuerpo, es continuar la misión de su Señor. ¡Y esto no se hace con liviandad! Liviandad sería:

1) que señalemos el mal, pero no seamos instrumentos de su solución. Toda protesta tiene que venir con propuestas;

2) que nos prediquemos a nosotros mismos, y llevemos a cabo una función de “faranduleros” que buscan engrandecer su ego, en lugar de servir con humildad;

3) que perdamos el tiempo en contiendas y competencias entre unos y otros, a lo cual el apóstol llama “niñería y carnalidad” (ver 1 Cor.3);

4) que vivamos en una indiferencia en la que solo nos interese “lo nuestro”, pero no lo que es de Cristo;

5) y sobretodo, que olvidemos que vivimos y actuamos bajo el poder y la unción del Espíritu, y caigamos en la trampa de la autosuficiencia. He estado muchas veces hospitalizado.

Recuerdo una de ellas fue cuando resbalé y me enterré un tocón de madera que me abrió la pierna. En sala de Emergencias el médico que me atendió estaba listo para cocer la herida, pero llegó mi cirujano periferovascular, y le dijo: “¡No lo hagas! Hay que hospitalizarlo y tratar esa herida a fondo para quitar toda infección, y así sanará. ¡De esa forma quiere Dios sanar! No brindando “calentaditas religiosas” a la gente, ni tampoco falsas esperanzas. La salud mental, espiritual y familiar de nuestra sociedad necesita de gente compasiva que nos enrollemos las mangas, y bajo la unción y poder del Espíritu de Dios podamos ayudar a sanar heridas profundas e infectadas que con urgencia necesitan el proceso sanador del Médico por excelencia. ¡Así nos ayude Dios!

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Angel Esteban es ministro, conferencista, autor y es Pastor Principal de la Iglesia Cristiana de la Familia en Ponce, Puerto Rico.

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