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“Por eso les digo ahora: Olvídense de estos hombres. Déjenlos. Porque si esto que hacen es de carácter humano, se desvanecerá; pero si es de Dios, no lo podrán destruir. ¡No vaya a ser que ustedes se encuentren luchando contra Dios. Todos estuvieron de acuerdo con él” (Hechos 5:38,39)
El libro de los Hechos nos presenta los primeros 35 años de la iglesia cristiana. ¡Nada fue fácil! Los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse a persecuciones de todo tipo. Su confesión de fe se basaba en lo siguiente: Dios es real y todopoderoso; nos dio a su Hijo Jesucristo, el único en quien encontramos salvación y redención; Jesús murió y resucitó, y es Señor y Rey; y nosotros somos testigos de esta verdad. Los primeros cristianos fueron personas comunes (“iletrados y del vulgo” – ver Hechos 3:13), que no tenían ningún tipo de formación rabínica. Pero ellos hablaron con denuedo y mostraron que su predicación se basaba en el poder de Dios:
“Ni mi palabra ni mi predicación se basaron en palabras persuasivas de sabiduría humana, sino en la demostración del Espíritu y del poder; para que la fe de ustedes no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4,5).
Uno de los primeros interrogatorios que tuvieron que enfrentar se debió a la sanidad de un hombre paralítico mediante el poder del nombre de Jesús. A esto se añadía también el hecho de que ellos proclamaban la resurrección del Salvador. Esta fue su posición ante el interrogatorio y la amenaza de las autoridades: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Ante esa postura, Gamaliel, quizás el más venerado rabino de ese tiempo, y nieto del gran rabino Hillel, hizo el siguiente planteamiento:
“Si esto es originado en los hombres, se desvanecerá, pero si esto proviene de Dios, no podrá ser destruido.”
Inclusive, lanzó una advertencia:
“Tengan cuidado que no se encuentren luchando contra Dios.”
Hoy día nos hacemos la misma pregunta: Lo que hacemos, ¿viene de los hombres o viene de Dios? ¿Cómo saber la diferencia?
Consideremos las siguientes lecciones bíblicas:
1) “Si el profeta hablaré en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él” (Deuteronomio 18:22);
2) “Este pueblo de labios me honran; mas su corazón está lejos de mí, pues en vano me honran, enseñando cómo doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:8,9);
3) “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:31-23);
4) “Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” (Hechos 11:17). Esta última lección nos tiene que poner a reflexionar muy seriamente: ¿Puedo yo con mis creencias y actitudes servir en alguna forma de “impedimento o estorbo” a la obra de Dios? Aclaro lo siguiente: ¡lo que Dios seguirá haciendo lo hará con o sin nosotros! Pero es pertinente una continua evaluación de nuestro proceder, en términos de que si estamos alineados a la voluntad de Dios o estamos sirviendo de “piedra de tropiezo”. Recordemos el consejo: lo que viene de Dios, nadie lo destruirá, pero lo que viene del ser humano, se desvanecerá.
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