Solidiquemos nuestro sentido de pertenencia


La carta a los Filipenses es conocida como una de las epístolas de la cautividad, ya que el apóstol Pablo, al escribirla, se encontraba preso. Son varios los motivos que lo mueven a escribirles a los filipenses:

1) agradecerles por su generosidad y continua disposición para suplir sus necesidades;

2) reconocer en ellos su comunión y perseverancia en el Evangelio;

3) afirmar el gozo en Cristo, aún en medio de las tribulaciones: ¡Regocijaos en el Señor siempre!;

4) exhortarles a tener un sentir correcto en cuanto a dos cosas esenciales: ver el ejemplo de Cristo, su humildad y entrega, y en cuanto a vivir en una genuina comunión unos con otros. ¿A qué nos referimos con solidificar nuestro sentido de pertenencia? Aquí tenemos que afirmar que es Dios quien toma la iniciativa para reconciliar su creación consigo mismo:

“Porque al Padre agradó que en él (Cristo) habitara toda la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:19,20).

Dios es trascendente (Señor majestuoso y más grande que todo lo que El ha creado), e inmanente (interviene de manera redentora en su Creación). Apliquemos, entonces, esa obra redentora en las siguientes relaciones en las cuales nuestro sentido de pertenencia tiene que ser solidificado:

1) Nuestro sentido de pertenencia con Cristo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Lo que nos tiene que mantener en Cristo no son los ministerios, o los logros que podamos obtener, sino él mismo. Pablo nos invita a identificarnos con su crucifixión (entrega completa).

2) Nuestro sentido de pertenencia a la familia. El gadareno que fue libertado de una legión de demonios quiso montarse con Jesús en la barca. ¿Cuál fue el mandato de Jesús? “Vuélvete a tu casa y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo” (Lucas 8:39). No podemos pretender “arreglar lo que está afuera” cuando descuidamos lo que está adentro: nuestro hogar. Que hermosa es la expresión que hallamos en Cantares 6:3: “¡Yo soy de mi amado, y mi amado es mío! Él apacienta entre lirios.” El sentido de pertenencia en el hogar comienza con el modelo que le demos los padres a los hijos. Nuestra familia no es llamada a actuar como una “religiosa”, sino como una que es testigo de la reconciliación.

3) La familia de la fe. Una expresión continua en los libros del Nuevo Testamento es “unos a otros”, en términos de amor, comunión, perdón, ayuda mutua y sujeción. Es muy significativo que la descripción del origen de la iglesia cuando se manifestó la promesa del Espíritu Santo era que estaba “unánime junta” (Hechos 2:1). Por tal razón se nos da una responsabilidad primordial: “que seamos solícitos en guardar la unidad del Espíritu” (Efesios 4:3); y que “no busquemos nuestro propio provecho, sino el de los demás” (Filipenses 2:4). Estas áreas continúan siendo retos muy serios y necesarios de atender para todos nosotros, la comunidad de los redimidos, donde no puede haber parcelismo, ni rivalidad, ni competencia. Pablo también nos advierte que ni los dones, ni las revelaciones, ni las obras caritativas, ni siquiera la fe, tendrían razón de ser, si pasamos por alto el amor (ver 1 Corintios 13).

Amados, que no nos convirtamos en “aves de paso”; que pasemos por la vida perdiendo lo que es esencial.

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Angel Esteban es ministro, conferencista, autor y es Pastor Principal de la Iglesia Cristiana de la Familia en Ponce, Puerto Rico.

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