No quisieron recibir correción


“Recorran ahora las calles de Jerusalén, y miren e infórmense. Busquen en sus plazas, a ver si encuentran alguien, uno solo, que haga justicia y que busque verdad. Entonces yo los perdonaré. Aun cuando digan: Vive el Señor, sus juramentos son falsos. ¡Ah Señor! ¿Acaso tus ojos no se fijan en la verdad? Los castigaste, pero no les dolió; acabaste con ellos, pero no quisieron ser corregidos; endurecieron su semblante más que la roca, ¡y no quisieron volverse a ti!” (Jeremías 5:1-3)

La vida moral de un pueblo no pasa desapercibida ante los ojos de Dios. Y mucho más, cuando ese pueblo ha sido instruido en los preceptos del Señor. Este fue el caso de Jerusalén en la época del profeta Jeremías, aproximadamente para el año 590 a.C. El capítulo 5 del libro que registra gran parte de sus profecías nos presenta el siguiente cuadro:

1) Dios envía al profeta a los lugares más concurridos de la sociedad para hacer un diagnóstico, por decirlo así, de la condición espiritual y moral de las personas (v.1);

2) Dios le insta a que siquiera encuentre “uno” que viva en integridad, es decir, que su vida sea caracterizada por la justicia y fidelidad, para que la ciudad no sea destruida.

Justicia y verdad son dos virtudes indispensables para evitar el caos personal, familiar, y social. Se acuerdan que prácticamente sucedió lo mismo con la intercesión de Abraham por Sodoma y Gomorra. Abraham pidió para ver qué pasaría si hubiesen 50 justos en estas ciudades, y rogó aún por si hubiesen 10; y no los hubo (ver Génesis 18:16-23). Aquí sólo se buscaba tan siquiera uno (1), y Dios la perdonaría (v.2); 3) Su mayor problema era que lo que confesaban y prometían espiritualmente hablando era todo una falsedad, es decir, no tenían temor de Dios para nada (v.2); 4) Y, aunque Dios los disciplinó, no valoraron esa acción divina, y, por ende, no quisieron ser corregidos. Las consecuencias de todo esto, como sigue narrando el capítulo, fue el caer en una vida depravada: “porque sus pecados se han multiplicado, y su falta de lealtad se ha agravado” (5:6b). La corrección o disciplina es una acción divina que se da continuamente en los hijos de Dios: “Porque el Señor disciplina al que ama, y azota a todo el que recibe como hijo. Si ustedes soportan la disciplina, Dios los trata como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no discipline? …. Claro que ninguna disciplina nos pone alegres al momento de recibirla, sino más bien tristes; pero después de ser ejercitados en ella, nos produce un fruto apacible de justicia” (Hebreos 12:6-7, 11).

¿Acaso tenemos problemas con que Dios nos discipline? La disciplina se da en un contexto de amor; y su fin es triple: prevención, corrección y restauración. Llegar a un punto en el que nos hacemos inmune a la corrección, es caer en soberbia y en auto-justificación de cosas y actitudes que no traen ningún bien. Permitamos la disciplina de Dios en nuestras vidas para que se forme en nosotros el carácter correcto.

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