Las preguntas de Miqueas


“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:6-8).

El libro de Miqueas se encuentra en la colección de los doce profetas menores; conocidos así, por su corto contenido, no por ser menos importantes. El significado del nombre Miqueas es “¿Quién es como Jehová?”. Este profeta ejerció su ministerio, posiblemente en el siglo VIII A.C., principalmente dirigido a los líderes políticos, sociales y religiosos de Jerusalén. Su estilo profético es a modo de un abogado que emplaza o confronta a un pueblo por su maldad cometida delante de Dios, y su efecto de corrupción personal y social. Hay también que señalar que aún en medio del juicio divino por causa de este mal, también el profeta señala la esperanza de un Dios que es fiel a su pacto. Por ejemplo, en este libro de solo siete capítulos, se señala el nacimiento del Mesías, que habría de ocurrir (8 siglos después), en una pequeña aldea llamada Belén, y que él establecería su reino de paz (ver 5:2-5). Consideremos dos de las preguntas que presenta el profeta a modo de confrontación:

1) ¿No hacen mis palabras bien al que camina rectamente? (ver 2:6-11). El contexto de esta pregunta responde a que existían falsos profetas que no querían que se hablara la verdad de Dios, y, por lo tanto, insistían en callar la predicación de Miqueas. ¿Qué intereses movían a estos falsos profetas? La codicia y la conveniencia humana, por encima de la obediencia a la verdad. Esta mentalidad ha estado con nosotros a través de las edades, dando lugar a una mentalidad “relativa”, que trae como como consecuencia un deterioro moral y espiritual. Ante esto, el profeta da un consejo extraordinario: “Aunque todos los pueblos anden cada uno en el nombre de su dios, nosotros con todo andaremos en el nombre de Jehová nuestro Dios eternamente y para siempre” (4:5). La verdad de Dios hay que proclamarla, defenderla y vivirla, aunque otros quieran acallarla. Siempre habrá oposición a la verdad, con el pretexto de que el ser humano se quiera convertir en su propio “dios”. Este sigue siendo el colmo de lo absurdo.

2) ¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? (6:6). Aquí se plantea un principio existencial de suprema importancia: el ser humano tendrá que presentarse a Dios, en esta vida y/o en la venidera, independientemente si lo cree o no. La intención primordial de Dios es que le conozcan en esta vida como Creador, Padre y Salvador, en lugar de enfrentarlo como Juez en la venidera. Es interesante señalar que la Biblia no esconde nada cuando se trata de señalar una mentalidad y conducta religiosas basadas en prácticas y ritos, que no cambian el corazón.

La fe cristiana está fundamentada en un Dios soberano y personal, quién espera de nosotros una genuina entrega y devoción. Una relación con Dios sin arrepentimiento por el pecado, es una falsedad. Una relación con Dios solo para pedirle, es no conocer quién verdaderamente es el. ¿Cuál fue el consejo que da el profeta en cuanto a cómo presentarnos ante Dios? “Hacer justicia, amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (6:8). Hacer justicia implica hacer lo que es recto; conocer la verdad dada por Dios y vivir bajo sus principios. Amar misericordia es amar a las personas como Dios las ama, y estar dispuesto a vivir como Jesús, quien no vino para ser servido, sino para servir. Y humillarnos ante nuestro Dios, es confesar nuestros pecados, y apartarnos del mal. Es no dejar que el orgullo, el egoísmo y la auto suficiencia sean nuestros conductores de vida. El Salmo 138:6 dice: “Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, pero al altivo mira de lejos.”

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Angel Esteban es ministro, conferencista, autor y es Pastor Principal de la Iglesia Cristiana de la Familia en Ponce, Puerto Rico.

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