¡En Dios esperaré!


“Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré” (Lamentaciones 3:21-23)

Lamentaciones es uno de los libros que se encuentran en el Antiguo Testamento de la Biblia. Su autoría se le atribuye al profeta Jeremías, a quien Dios precisamente le manda en momentos dado a escribir y recitar endechas o expresiones de “llanto” (ver Jeremías 7:29). Inicialmente este libro se conocía también como “Clamores Fuertes”, ya que narra el dolor de la destrucción y la cautividad de Judá, y de Jerusalén, su capital. Este libro es escrito principalmente en forma acróstica.

El comentarista Rafael Porter identifica la estructura del libro en cinco partes: “la causa de la aflicción, la fuente de la aflicción, la esperanza en la aflicción, los resultados de la aflicción, y la oración en la aflicción. “El capítulo tres (3) de Lamentaciones comienza describiendo el dolor de manera personal, destacando lo siguiente:

1) “Yo soy la persona que ha visto la aflicción” (v.1). Podemos compadecernos con personas que pasan aflicciones muy fuertes, y hasta ser empáticos con ellos, pero solo quien sufre el dolor conoce la intensidad de lo que está experimentando;

2) “Aun cuando clamé y di voces, cerró los oídos a mi oración” (v.8). Una persona bajo un gran dolor puede pensar que Dios no lo esté escuchando, al punto de expresarse de la siguiente forma: “Y dije: Perecieron mis fuerzas, y mi esperanza en Dios” (v.18). ¿Qué podemos decirle a una persona en tales situaciones: “no pienses así”, o “Dios no se ha olvidado de ti”? Quizás en ese momento el dolor es tan fuerte que lo que está es dándose a sí mismo la libertad de expresar (y no esconder) cómo se siente. ¡Dios nos da lugar para así hacerlo! El estar uno presente y respetar ese espacio puede resultar más sanador que apresurarnos a dar palabras.

3) “Acuérdate de mí aflicción y de mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel” (v.19). En medio del dolor le clama a Dios (lo que puede hacer con palabras, con llantos y gritos, o simplemente en silencio), y le dice: “Tú, mejor que nadie, conoces lo que estoy atravesando; que lo siento tan amargo como el ajenjo”.

4) “En esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré” (v.21). Es probable que este sea el punto más profundo de reflexión sobre la aflicción que se vive. Quizás esta recapacitación no se dé inmediatamente, quizás no aplaque del todo el dolor, pero traerá al corazón la siguiente seguridad: “puedo esperar en Dios”; “sus misericordias están accesibles, y no cesarán, ni serán opacadas por la muerte (“nada ni nadie nos separará de su amor” – ver Romanos 8:35-39). Es significativo saber que el término misericordia usado en los versículos 22 y 23 (“Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad”), implica amor incondicional, basado en un pacto de lealtad. No estamos exentos al dolor ni al sufrimiento, y eso es una realidad no fácil de digerir; pero Dios jamás nos abandonará en medio de él. David, al escribir el Salmo 23, comprendió esta realidad: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (v.4). 6) “Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca” (v.25).

Hay contestaciones a las encrucijadas de la vida que solamente se encontrarán en Dios, ya sea en este mundo o en el venidero. Por eso, ¡en él esperaré!

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Angel Esteban es ministro, conferencista, autor y es Pastor Principal de la Iglesia Cristiana de la Familia en Ponce, Puerto Rico.

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